¿Qué puedo dejar de hacer?

Hasta hace algún tiempo, solía llenar mi vida de actividades y listas interminables de tareas: los días se esfumaban antes de tachar mi último pendiente. Pero la sensación de estar en deuda conmigo misma seguía estando ahí. Además, por cargar equipos fotográficos todo el día y lidiar con mi escoliosis, vivía con dolores de espalda.

Después de pasar décadas intentando controlar, sin éxito, cada aspecto de mi vida, decidí cambiar el enfoque. Adopté una idea excéntrica para mí, dejé de preguntarme ¿qué más puedo hacer?, y empecé a preguntarme ¿qué puedo dejar de hacer? 

La pregunta apareció en mis clases de Técnica Alexander, donde fui a tratar el “temita” de la espalda. La profesora me introdujo a la idea de dejar de hacer”. Mientras movía mi brazo o mi pierna lentamente, me invitaba a soltar tensiones que hasta entonces desconocía. Me asombró que a través del pensamiento se pudiera desencadenar una liberación tan profunda, como si mi cerebro activara un interruptor que me permitía soltar los agarres. 

Las primeras clases me agotaban. Aunque yo percibía que se centraban en mi cuerpo, las experimentaba como una gimnasia mental. Y entregándome a esa confusión, comencé a entender la unidad entre la mente y el cuerpo. 

Si miramos una clase desde afuera, pareciera que la profesora hace que la alumna se siente y se pare de una silla muchas veces, pero lo que realmente sucede se va descubriendo poco a poco, como en capas. Es así como profesora y alumna se convierten en exploradoras de hábitos. 

Mirá el video de un pedacito de una clase al final de este posteo.

El Señor Alexander, el creador de la técnica, descubrió que la raíz de muchos de nuestros problemas no radica en factores externos, sino en cómo nos usamos a nosotros mismos. Según dice, el meollo no está en el exceso de estímulos de la vida moderna, sino en nuestra respuesta a ellos. Habla del mal uso de uno mismo, que podría describirse de varias maneras, pero una de ellas es ese esfuerzo extra que tendemos a sumarle a lo que hacemos, sobre todo cuando perseguimos objetivos sin considerar cómo los alcanzamos.

Para mí la esencia de la Técnica Alexander está en descubrir hábitos inconscientes y transformarlos en acciones conscientes. Al observar cómo hago lo que hago, puedo elegir con mayor libertad. Con el correr de las clases, se hizo visible cómo mis hábitos regían mi vida; se reveló que a veces podía elegir y cambiar algunas cosas que hasta entonces percibía como fijas e inamovibles.

Experimento: 

Ahora mismo, mientras leés este texto, quizás haya algo que puedas dejar de hacer: observá si hay tensión en tus ojos. ¿Podés suavizar tu mirada? ¿Notás alguna diferencia al imaginar que sonreís con los ojos? ¿Y si te proponés ver tu periferia además de lo que tenés en frente? ¿está tu torso inclinado hacia la pantalla o tenés una posición erguida? ¿Estás consciente de los sonidos a tu alrededor?


Al leer, la comprensión se profundiza cuando se elimina el esfuerzo innecesario, adoptando una actitud más receptiva y tranquila.

Cambiar hábitos arraigados no es fácil, pero el primer paso es reconocer su existencia. No puedo cambiar aquello que aún no sé que estoy haciendo. 

La pregunta: ¿qué puedo dejar de hacer? se convirtió en un mantra, colándose en todas las áreas de mi vida.

Con las clases entendí que soltar no es colapsar ni relajarse, es simplemente hacer menos. Dejar ir lo que sobra.

¿Te interesa recibir este tipo de ensayos en tu correo? ¡Suscribite!

Anterior
Anterior

Eclipse parcial de fotos

Siguiente
Siguiente

La aventura del espejo