Eclipse parcial de fotos

En 2019 el New York Times me encargó fotografiar el eclipse total de sol en San Juan, Argentina, con solo tres días de anticipación. Coordinar el viaje en tan poco tiempo era una locura. Me paralizó una mezcla de miedo y entusiasmo. Recuerdo que justo tenía a mi lado una revista abierta con los horóscopos semanales y sobre Virgo decía: “vendrán propuestas de viajes inesperados, este es un buen momento para lanzarse a lo desconocido”. La claridad y rapidez de esta señal del universo me ayudó en la decisión. Acto seguido recordé que mi amigo Fefo Bouvier, el astro-fotógrafo, iba a ir, así que decidí unirme a su plan. 

Viajamos en ómnibus durante 26 horas para llegar desde Montevideo a San Juan.

Una vez allí conocimos a una pareja canadiense que ya había presenciado varios eclipses totales, y este iba a ser su número once. Así me enteré que existe gente que sale por el mundo a cazar eclipses, y siempre lleva vestimenta con estampas lunares o solares. 

Hasta ese momento había trabajado sobre todo como fotógrafa publicitaria y no tenía experiencia capturando historias de estilo periodístico. Mi amigo Fefo venía planificando una foto particular que imaginaba desde hacía varios meses, y como yo no tenía tiempo de hacer mis propias investigaciones decidí seguirlo.  

Elegimos el valle encantado de Mogna, un lugar atractivo por sus formaciones rocosas e increíbles texturas. Según Marcelo, nuestro guía, solo se podía acceder allí caminando durante una hora sobre un terreno bastante arduo y difícil de transitar. Le preguntamos específicamente si no había una manera más sencilla para trasladarnos hasta allí y afirmó, sin dudar, que esa era la única vía posible.  

Como durante el eclipse se hace de noche en cuestión de segundos y después ya no se ve nada, es muy difícil cambiar ajustes de la cámara o modificar el encuadre. Estas fotos requieren estar en el lugar adecuado en el momento justo. 

Por eso fuimos a nuestro lugar elegido el día anterior. Nos quedamos hasta la noche para familiarizarnos con el terreno, evaluar a dónde teníamos que apuntar las cámaras y verificar cómo se vería en la oscuridad. Aprovechamos para hacer unas fotos nocturnas con la vía láctea brillando, y cuando se puso demasiado frío, emprendimos el agotador camino de vuelta. Tardamos todavía una hora más en llegar a nuestras camas.

Al día siguiente, en la entrada del camino, un grupo de científicos se negó a dejarnos pasar, argumentando que estaban haciendo importantes mediciones. Empecé a dudar de la sabiduría cósmica del horóscopo, ¿acaso me habría engañado?, ¿hicimos toda esa planificación inútilmente? No quería rendirme. Así que invoqué todas las herramientas que conocía, incluso hablé sobre fútbol (tema que no me interesa para nada). 

Al final, lo que me abrió las puertas, fue contarles que trabajaba para el New York Times. 

Desde allí, volvimos por el mismo camino, y al rato de llegar vimos avanzar un grupo con decenas de turistas entre los que había un señor mayor que caminaba con un bastón. Tuve que respirar varias veces para evitar explotar ante la evidencia de que claramente había un camino más sencillo. Por suerte, Marcelo ya se iba caminando hacia el tope de la montaña en la que iba a modelar para las fotos.

Treinta minutos antes de la totalidad del eclipse, la luz empezó a cambiar y se generó un silencio absoluto. Cerca del momento esperado el aire se enfrió rápidamente, apareció una luz plateada hermosa que se parecía a la de un atardecer, pero con un color más azulado. Presencié tonalidades que jamás había visto antes. El viento se levantó en forma de remolinos de arena. Me ericé y sentí mi corazón latir más rápido, mi cuerpo temblaba. 

Ante tantas emociones fuertes, la posibilidad de fotografiar se hacía más y más difícil. La oscuridad duró dos maravillosos minutos. Logré hacer solo tres fotos de Marcelo al lado del sol. 

Acababa de vivir una de las experiencias más intensas de mi vida, y a la vez no había conseguido mi objetivo fotográfico.  

Mientras volvíamos, me preguntaba si habría quedado alguna foto en foco. Cuando pude descargar las imágenes, confirmé que había buen material. Lo inesperado fue que no llegué a subirlas antes de la hora límite, porque se había desactivado el wifi en el pueblito donde estábamos. 

El desafío finalmente estuvo en integrar la felicidad de haber presenciado ese evento tan conmovedor, con la desilusión de no haber hecho mi trabajo como esperaba. Aunque mis fotos no fueron publicadas en 2019, me encantó descubrir que ayer, el New York Times publicó una de ellas en su instagram. 

Las imágenes que hice no se acercan a representar lo que sentí al presenciar un eclipse total de sol. Pero esa experiencia me ayudó a entender por qué existen los cazadores de eclipses y también que fácilmente podría convertirme en una.

Si te gustó esta historia te invito a suscribirte a mi newsletter aquí para recibir más de estas historias en tu correo.

Anterior
Anterior

Hacer espacio

Siguiente
Siguiente

¿Qué puedo dejar de hacer?