Bienvenido el rayo

Empecé mi vida profesional en la ciencia. No era mi pasión, la elegí sobre todo porque me resultaba fácil y porque, en ese entonces, mi curiosidad no estaba encendida y nada me cautivaba demasiado. A mis veintiséis años, ya siendo ingeniera en computación y con una maestría en ingeniería biomédica, cursaba un programa de doctorado en una universidad en Chicago. En un momento entré en crisis al darme cuenta de que nunca había disfrutado del todo del ámbito académico y también me costaba aceptar que había pasado un tercio de mi vida haciendo algo que no quería. Seguía adelante porque sabía que eso representaba estabilidad laboral y también porque vivir entre los ceros y los unos, buscando siempre resultados claros y concretos me daba una ilusión de calma, de control. Trabajaba con resonancia magnética, observando a las personas por dentro, y ese fue mi primer contacto con las imágenes.

La fotografía apareció en mi vida como un rayo y, aunque hasta ese momento no me había interesado el arte, comencé a soñar con la idea de hacer fotos como medio de vida. Aún le estaba dando más importancia a la seguridad que a la felicidad. Pero de repente, dar un salto a lo desconocido resultaba más tentador que seguir instalada en las certezas, solo para sentirme segura. Acumulé aburrimiento durante años estudiando sin entusiasmo y sentía que no tenía motivación para empezar algo desde cero. Sin embargo, ¡lo hice!  

Aprendí a hacer fotos, a editar con tutoriales y empecé a trabajar como fotógrafa. Mi habilidad técnica evolucionó mientras hacía fotos de moda, arquitectura, productos y mil cosas más. Me resultaban fascinantes los cambios radicales que me traía esta profesión. Había días que en la mañana trabajaba en cine, fotografiando actores en un sótano lleno de niebla y a la tarde hacía imágenes de Montevideo desde una azotea. Por otro lado, sentía que saltaba de un trabajo a otro y no llegaba a conectar en profundidad con nada ni nadie. Al final era una rama arrastrada en el río, sin resistencia ni cuestionamientos, reaccionando a las propuestas que llegaban sin elegirlas.

Desde afuera, quizás se me veía independiente y serena, pero la verdad es que vivía confundida, llena de miedos y asustada por la intensidad de mis propias emociones. Trabajar sin pausa, incluso haciendo algo que amo, me llevó a vivir en un profundo estado de inseguridad. Para lidiar con eso, intentaba meditar a diario,  a veces con el secreto deseo de erradicar mis pensamientos en lugar de observarlos. También leía, iba a terapia y buscaba todo tipo de recursos para cambiar mi estado. Aunque me encantaba plasmar en imágenes las ideas de otros, con el tiempo entendí que necesitaba expresar algo propio. Fue así como empecé un proyecto personal, que nació del deseo de capturar la belleza de la naturaleza en imágenes. 

La inmensidad del paisaje me calmaba, sobre todo al caminar entre los árboles del Arboretum Lussich. Cautivada por la luz del sol colándose entre el follaje, o los sonidos de las hojas bajo mis pies mientras me perdía en el bosque, empecé a descubrir un centro, un punto de equilibrio interno que había buscado mucho, pero que hasta entonces no había encontrado. El proyecto Baño de Bosque me permitió pausar, reflexionar. Esta conexión íntima con la naturaleza marcó el comienzo de una nueva sintonía. Mi percepción y mirada fueron cambiando con cada inmersión en el bosque, despertando mi curiosidad. Y esta deriva ya no se detuvo, de hecho se amplió a otras disciplinas vinculadas, sobre todo, con la exploración de la consciencia.

Hace poco me gradué como profesora de Técnica Alexander, una práctica que me ha permitido conectar mucho con mi cuerpo y su movimiento, explorar con honestidad la delicadeza de cada gesto, cada respiración, uniendo mi interior con el espacio que habito. La técnica me fue revelando poco a poco, que podía soltar creencias y defensas que conformaban una burbuja de protección que ya no necesitaba. Podía abandonar el piloto automático y empezar a tomar decisiones conscientes. Era posible abrazar un futuro incierto y estar cómoda allí. Gracias a ésta, y a otras prácticas y herramientas: haciendo menos, cada vez me encontré más. Y todo esto también cambió mucho mi mirada y mi forma de fotografiar.

Hoy sigo trabajando en fotografía comercial y proyectos personales, también doy clases de Técnica Alexander y acompaño los procesos de personas que buscan ampliar su experiencia de vida.  Uniendo fotografía y Técnica Alexander incursioné en un proyecto llamado Laboratorio de la Mirada (junto a mi amiga Lucia Bruce) que invita a los participantes a explorar su forma de estar en el mundo a través de la mirada.

Estas entradas de blog, que son en realidad mi newsletter surge del deseo de amplificar mis pensamientos sobre lo que es posible, compartir ideas, herramientas y exploraciones que me han transformado por completo, expandiendo mi mundo. No sé muy bien a qué mundo me refiero ni a dónde voy, pero tengo gran curiosidad por averiguarlo 

Te invito a acompañarme en el proceso.

Si no lo hiciste todavía, podés suscribirte a mi newsletter aquí.

Anterior
Anterior

Las Pelotas